Thursday, December 08, 2005

¡¡¡¡¡Joya!!!!!



En cuanto a la nutrida literatura existente en torno al sistema binominal, la mayor parte es técnica y está mal redactada. He aquí una joya, entonces, el binominal desde el punto de vista de un escritor. El binominal es freak, pero que un autor reconocido escriba al respecto... Bromas aparte, me encantó Gracia y el forastero.
Helo aquí, de la mano de Guillermo Blanco, si no le entienden a él, aprendan a leer de nuevo...

Sistema binominal: “Aliados irreconciliables”
Por Guillermo Blanco. Periodista, escritor.
No parece buena idea que la regenta de un prostíbulo sea quien trace los planos de un convento, fije las normas para entrar en él y redacte las reglas que deben cumplir sus monjas. Como que uno buscaría por otro lado antes de resignarse a la idea. O, para no andar con leseras, se negaría a resignarse, sencillamente. Y menos si la regenta insistiera en que sus pupilas -incluso las ateas- se incorporaran en plenitud a los claustros.
Rebuscadón el ejemplo, pero quizá sea necesario en un país donde hemos perdido de vista la lógica de algunas cosas fundamentales. ¿Lógica? Gran parte de los chilenos ni siquiera la busca. Acepta arar con los bueyes que hay, por el solo hecho de que hay bueyes.
La regenta, en este caso, sería la dictadura. El convento por erigir, la democracia. Metáforas aparte, el hecho real es que todavía debemos guiarnos por pautas impuestas desde el prostíbulo. E ideadas, no olvidemos, por una administración prostibularia que nunca creyó en conventos, y con la ayuda de “niñas” manifiestamente herejes (mientras convino). Es para el libro de Guinness: un dictador que dicta la forma de vida que llevará su país cuando vuelva a ser libre. Libre de él, por lo demás.
Es lo que pasa en Chile.
Y los resultados son más o menos los mismos que sufrirían las religiosas orientadas por la regenta. Su ámbito conventual tendría un persistente sabor a casa de remolienda. Sobre todo -como hoy en nuestro país- si las reglas heredadas del lenocinio incluyeran la incorporación de las “niñas” a los claustros y, además, ciertos privilegios para aquellas que optaron por convertirse (cuando convino).
La campaña actual está tan llena de situaciones descabelladas, que uno se tienta de cambiar el ejemplo y ponerse a imaginar una universidad concebida por los internos de un sanatorio para enfermos mentales.
Lo primero que llama la atención es que la competencia se da peor entre los del mismo lado, no entre ellos y los del otro, como sería de esperar. Es verdad que las dos derechas disparan contra el gobierno y contra la candidata de la Concertación. Pero la contienda más directa y más enconada la llevan ambos... ¿aliados les llamaremos aún? ¡Dicen o insinúan cada cosa el A del B!
Hasta cierto punto este problema no es atribuible a la regenta diseñadora ni a su equipo de “niñas”.
Sí lo es el turbio sistema electoral que permite, por ejemplo, la irracionalidad de que no siempre gane el cargo el que ganó la elección. Un caso clásico: en la primera elección parlamentaria post-dictadura, Jaime Guzmán “derrotó” a Ricardo Lagos con menos votos. Fue una perla binominal: el vencedor con minoría, el vencido con mayoría. Aun así, el senador minoritario aconsejó a su rival que aprendiera a ser modesto.
Se ha hecho lugar común llamar perverso a este régimen electoral. Sus defensores sostienen que es algo así como “más representativo” (¿más representativo de los herederos de la dictadura, será?). Gracias a él, durante la democracia, las “niñas” han equiparado fuerzas con quienes las superan en votos. Todas las elecciones las ha ganado la Concertación pero, por lo corrupto del sistema, la ventaja en esas cifras no da igual ventaja en el Parlamento.
¿Qué es, en estos días, lo que ocupa con mayor intensidad a los electores y observadores de la campaña? ¿Qué competencias atraen a los periodistas del sector? ¿Dónde se da el suspenso con que se mira a diciembre? ¿Dónde ver las punzadas y los puntapiés bajo la mesa?
No es entre los opuestos: es entre los socios. Hay circunscripciones en que incluso cuesta saber quién es el rival de quién, a juzgar por lo que dicen. En Santiago oriente, Soledad Alvear representa a la Concertación. Por la derecha van Pablo Longueira y Lily Pérez, aliancistas. No aliados, al parecer: entre ellos se da el juego recio. Sus campañas apuntan más hacia el lado que hacia el frente. Sus discrepancias y pullas salen a cada rato en la tele y en los diarios. Son ambos los que dan gusto a los que quieren “ver pelea”.
Es una situación llamativa: no única.
La Concertación mal podría lanzar la primera piedra. De hecho, si alguien quisiera hacer una lista de enconadas luchas internas en las coaliciones, no andaría muy lejos de la nómina total de candidatos. La desavenencia es un signo de nuestros tiempos. La lealtad mutua, un eje de la nostalgia. Ser consecuente equivale a ser ingenuo. Si lo esencial es ganar, se empieza por aplastar al del lado. Al correligionario, al amigo, al compañero de ideales, deles duro.
No es que se trate de malas personas ni gente de bajos instintos -aunque unos cuantos habrá-: es que el sistema hace inevitable ser desleal. Crea aliados irreconciliables.
Jodida herencia la que dejó la regenta.
No, para construir un puente no es cuerdo llamar a un abogado. Ni a un dentista para llevar un pleito. Ni a un enemigo de la democracia para normarla. En nuestro caso, la demencia del diseño institucional fue más lejos. Como si se obligara a los cirujanos a operar sometiéndose a un manual hecho por un carnicero.